Durante más de un mes,
Los acontecimientos sucedieron –de acuerdo a las protestas- debido a una administración inadecuada, por decir lo menos. No más, dijeron los estudiantes. Esta actitud –que se saluda pues siempre es trascendente luchar por verdaderos principios- tiene el problema de caer –si no lo ha hecho ya- en un aprovechamiento político que desvirtúe los reclamos.
Al tomar los estudiantes
Pero obviamente no son los estudiantes los causantes del verdadero problema. Estos hechos solo son la culminación de un estado latente de rechazo por el manejo interno de la institución, en un total cuestionamiento a la jerarquía universitaria.
Sin embargo, no se trata aquí de analizar los sucesos descritos. Estos son solo la noticia que lleva a reflexionar acerca del problema universitario en el país. Y es que la universidad peruana como institución se ha distanciado paulatinamente de las auténticas expectativas de la sociedad. El sistema de valores humanos que supuestamente las debería reforzar no es más que un saludo a la bandera y así la angustia se sucede día a día. No hay transparencia en el proceso desarrollado ni comprensión de lo que significa realmente la universidad como institución.
Y tampoco el estado tiene claro el significado de universidad. En las últimas décadas se crearon universidades a diestra y siniestra sin un control consistente en el currículo ofrecido. La masificación de las universidades ocasionó un evidente descenso de la calidad educacional y el actual número de estudiantes ha desbordado la infraestructura., determinando –sobre todo en las universidades públicas- serias carencias de implementación y posibilidad de gestión. A esto se une el desorden e incongruente número de especialidades sin relación con el mercado real de trabajo y la consecuente reducción de posibilidades de empleo. Si en un momento la extrema ideologización alejó a la universidad del espíritu democrático hoy este tampoco se manifiesta en la gestión institucional. Por otro lado, los actuales rectores actúan más como gerentes o administradores que como orientadores de un proceso educativo y aún así dejan que desear, dándose casos como el de Trujillo.
En un frío pragmatismo conceptual, la comunidad percibe a la universidad solo como un centro educativo superior que expide títulos profesionales. Percepción inadecuada que es culpa de la propia institución que no se ha comportado a la altura de su rango. Porque, en verdad, la universidad es un ideal que se propone el desarrollo de la actitud científica, la forja de una sociedad consciente, de una nación con identidad y esperanza de futuro. Para alcanzarlo, la universidad posee dos funciones fundamentales: la investigación y la proyección social del conocimiento. Pero hoy ambas se encuentran devaluadas en el propio interior de la institución..
La limitada investigación universitaria en el Perú es más bien el producto idealista de acciones aisladas. No existe una política estatal consistente en relación al proceso de investigación científica universitaria, el que no está debidamente articulado ni defendido con un presupuesto apropiado Tampoco la universidad se ha integrado realmente al proceso productivo, orientando la investigación científica hacia un auténtico desarrollo económico y humano. Si esto persiste ¿qué puede vislumbrarse sino incertidumbre en la ruta que el país debe necesariamente seguir para alcanzar la competitividad internacional?
Debe pues replantearse la idea de universidad en el Perú. la que hace tiempo dejó de ser una institución rectora del espíritu nacional y local, encerrándose en un espíritu tecnocrático que evade el estudio de nuestra realidad. La actual es una universidad que no innova, que repite, que no crea. No hay un refuerzo académico verdadero en las ciencias puras como tampoco en las ciencias sociales. Los estudiantes ofrecen lamentables carencias tanto en el conocimiento de la historia nacional- ni se diga de la mundial- y por supuesto del espacio geográfico en el que se encuentra. No hablemos del arte ni del análisis de los procesos culturales. Estudiantes y docentes se hallan ensimismados en los puros aspectos técnicos de la carrera profesional. Y sin la mística del conocimiento, ambos se escudan en la acción política..
Hay pues “muchísimo que hacer” y estas líneas solo pretenden ser una llamada de atención. Ante el receso de la universidad ¿puede caber el silencio? Debe denunciarse una incapacidad tanto del estado peruano y de la sociedad por esforzarse en comprender la trascendencia humana y colectiva de esta institución.
Hace tiempo que la universidad peruana dejó de ser gestora y líder del cambio social. No es un participante primordial del proceso de desarrollo nacional en el que debería manifestarse de manera concreta y operativa, trabajando el currículo en base a ejes específicos que orienten el proceso de investigación según las necesidades regionales y nacionales y como guardián del conocimiento integral de nuestro patrimonio cultural y biológico.. Una universidad cuyo nivel ético le permita constituirse en elemento de cohesión que organice la sociedad civil.
El lamentable empapelamiento del mural de
Hoy, una sonrisa escéptica y cínica se levanta ante los planteamientos idealistas de unidad, de reforzamiento de investigación, de planteamientos de identidad. Ya no son otra cosa sino palabras, palabras, palabras…. Mas las palabras proponen hipótesis y las hipótesis requieren ser demostradas a través de acciones concretas. En tiempos como los que vivimos, el escepticismo es un lujo que no podemos darnos. Para sobrevivir como nación necesitamos ante todo creer en nosotros mismos. La juventud universitaria de nuestros días se enfrenta así ante el deber de volver a forjar el espíritu nacional pero asumiendo valores auténticos y trascendentes que vayan más allá de la política mezquina. A fin de cuentas, ¿podemos acaso rechazar a la esperanza?
ALFREDO ALEGRÍA ALEGRÍA
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